jueves, 26 de diciembre de 2013

La barrera

Vino con su cuchillo y sus 10, 11, 12 años que se alcanzaban a ver a pesar del rostro destruido, la mirada perdida, la mugre pegada al cuerpo. Y yo, que siempre entrego lo que me piden, por primera vez salí corriendo con un miedo desaforado. Por el costado del ojo había visto que ningún auto pasaba y eso favorecía mi carrera en diagonal, la huida.

Lo ví quejarse desde la cuadra de enfrente, refunfuñar. Me paré en un negocio y no supe si entrar o no. No entré pero tampoco sabía si seguir caminando por Nazca hacia Rivadavia o por Yerbal hasta Condarco. Hice esto último con el corazón al trote y las piernas bamboleantes.

Me había pedido todo. Sentí miedo. Todo incluía mis papeles, libros y la ponencia sobre educación que minutos después compartiríamos con mis compañeras en un Congreso, a dos cuadras de ahí.


Miedo a perder los papeles. Miedo a un pibito que se lo jugaba todo y que a su corta edad parecía no tener nada que perder. Todo y nada.

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