lunes, 1 de septiembre de 2014

¡MO-VE-TE!


Lunes, 7.30. Suena el despertador. La mano se alza y el cuerpo salta de la cama. Corre al baño, prende la ducha, se baña (shampoo- enjuague- jabón- crema de enjuague- enjuague), cierra la ducha, agarra la toalla, se seca, se lava los dientes, se peina, se viste, sorbe de un trago un té con leche, sale a la calle, sube al subte lleno hasta los huevos, su cuerpo toca otros, baja en la estación y entra a la oficina, prende la computadora, contesta mails importantes y otros no tanto, conversa con alguien, baja a comprar la comida, come, vuelve, contesta mails importantes y otros no tanto, contesta algún mensaje de texto, ríe, lee algún papel, anota, contesta mails, trabaja, mira el reloj, cierra sesión y apaga, se levanta, saluda, se pone el saco, sube al subte lleno hasta los huevos, se baja, pasa por un supermercado, agarra un canasto, compra, vuelve a su casa, cocina, toma vino, habla por teléfono, mira una serie, lee una revista, mira la tele, se duerme. Martes, 7.30…

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Una existencia paradojal era la que tenía: todo lo que le daba seguridad era lo que le provocaba inseguridad. Miraba la puerta (casi siempre) desde adentro y sentía palpitaciones. Nada bueno podía venir de afuera porque ahí estaba el peligro, lo incontrolable.  Seguridad sentía al ver las paredes prolijamente blancas, los objetos ubicados siempre en el mismo lugar y mayormente en fila o simetría, la alfombra sin manchas, los horarios justos, los besos que cada mañana despedían y a la tarde, recibían, las ollas relucientes, el medidor, la balanza, el programa de las 15 que veía en su televisor que cubría casi toda la pared, las obras de arte, los almohadones que había forrado con telas de Praga. Cada tanto se animaba a abrir la ventana, un ratito, para ver cuánto aguantaba. Y aguantaba poco porque poco era el tiempo en que las imágenes de los diarios tardaban en aparecer como ráfagas en su mente. Entonces cerraba la ventana y fijaba su mirada en la pared blanca, la colcha estirada, el cajón de juguetes cerrado, el escritorio brillante y, mientras revisaba todas las cerraduras, respiraba profundo, para poder seguir sonriendo a la hora que fuera necesario.

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No es mi culpa. Nunca fue mi culpa. El problema es que soy buena y todos se aprovechan de mí, bah, algunos (aunque sean la mayoría).  No entiendo. No puedo entender cómo me pasan estas cosas, si yo soy buena, tan buena con los demás. Doy todo, lo mejor de mí y, sin embargo, así me pagan. De puras ingratitudes está llena la vida. De eso y de gente mala, aprovechadora.    

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Desde su sillón gobernaba el mundo (en verdad parte de él) y así transcurría su vida casi todas las noches, algo de las tardes y fines de semana. La mano se pegaba al control remoto, extensión de brazo y cerebro mutilado. Los dedos parecían resortes, saltando por culos y tetas, noticias trágicas, películas de terror, dibujos animados, partidos de fútbol y otros, debates vacíos, chismes, personas cocinando, algunas viajando, óperas, experimentos, biografías, guerras narradas minuto a minuto, tiros, moda, producción en serie, violaciones, tecnología, videos pop y latinos, películas dobladas. Esa era la vida en su múltiple posibilidad, alcanzada tan solo por un dedo que se mueve. La boca, en tanto, expresaba la necesidad, la demanda convertida en orden y transformada luego en vasos de agua, tazas de café, empanadas, fideos, churrascos con puré, huevos fritos, camisas planchadas. Casi nunca, besos ni abrazos.      

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Ya sabía que no sabía nada, casi nada de todo lo importante que había que saber. Se lo habían dicho siempre, múltiples veces a lo largo de su vida: que vos no sabés, que no podés esto ni aquello, que ese es el lugar que te tocó y a bancársela. En ese estrecho mundo se movía, las más de las veces, con los ojos mirando el piso que tenía que estar limpio, reluciente así como todos los polvos que andan volando y cuya existencia evidencia su inoperancia. Entonces no se sorprendió cuando llegó la primera acusación ni la segunda ni cuando tuvo que escuchar que todo lo roto o faltante era su culpa, por ignorante, porque no le enseñaron a cuidar – le decían – porque no sabe  valorar el esfuerzo ajeno. Tampoco se sorprendió cuando no recibió el dinero del trabajo mensual porque, ya le habían dicho, que lo consideraban cobrado. Bancársela. Eso sí lo sabía y también que la próxima casa sería igual, y la siguiente igual y la siguiente, igual y que los chicos sabrían inglés y tal vez francés y podrían ser los mejores deportistas o intelectuales de la ciudad, del país o del mundo y que el polvo y los faltantes, seguirían siendo sus únicos méritos.

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“No sé lo que quiero pero lo quiero ya”, Sumo.

Algunos objetos pueden convertirse en instrumentos de tortura. Y esto, especialmente, le pasaba con el reloj, que con espadas afiladas marcaba los segundos, los minutos, las horas y los días en los que eso que debía ocurrir, no ocurría. Al menos no a tiempo. La canción decía que el futuro llegó hace rato pero no era cierto, nada cierto – pensaba - porque el futuro no llega nunca y el presente, tampoco. Más bien sentía que el presente siempre llega tarde a todo y para aliviarse movía la pierna, una de ellas, con insistencia.  Y había otra que decía que el tiempo no para pero tampoco era cierto porque a veces se detiene tanto, que duele. Y recordó entonces que otro refrán decía que hay que darle tiempo al tiempo y no podían darle más ganas de vomitar que cuando pensaba en aquello. En el fondo sabía que el tiempo no existía y que su arbitrariedad dolía en la misma justa medida en que no podía expresar su deseo.

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“Amores como flechas van cruzando el sueño y te acribillarán”, Los Redondos
Sí, es intenso pero no sabés qué lindo. El primer mensaje me lo mandó cinco minutos después de habernos despedido y decía que me amaba y lo linda que soy. Al rato, me mandó otro mensaje – divino – en el que me decía “ojo con lo que te ponés que mirá que me pongo celoso, eh?”, al rato, otro que decía “no tengo ojos más que para vos” ¿no es hermoso? Cuando me cambié pensé un poco en eso, la verdad, y como sabía que no iba a volver a verlo hasta la noche, me puse la ropa para ir a la oficina pero sencillo, viste, simple, nada de escote ni pantalón ajustado. Estaba saliendo para el trabajo y me escribe de nuevo ¿qué estás haciendo? Y a mí la verdad que me encanta que tenga la cabeza en mí todo el día, entonces le cuento que estoy por tomar el colectivo y me dice “¿no te habrás puesto muy linda, no? Mirá que me peleo con cualquiera”. Me encanta cuando defiende así sus ideales. Y así estuvimos, todo el viaje en colectivo con el whatsapp y yo mandándole corazones y él también y, de a ratos, se cortaba la señal y cuando volvía él me preguntaba si seguía ahí y entonces yo le mandaba otro corazón y le decía “sí mi cielo, es que se corta la señal porque estoy en el colectivo”. Me encanta que cada vez que tiene un minuto, me escriba, porque nos extrañamos un montón, viste, no sé si te pasó alguna vez algo así, como que no podés parar y no te importa más nada. Te juro que si me sacan el teléfono, no sé cómo haría porque lo extraño tanto y, bueno, él también a mí. Después me preguntó quién era el pibe que estaba en la foto del trabajo pero yo no sabía de quién estaba hablando hasta que llegué a la oficina y vi que habían publicado en el face y entonces le dije que nada, que era un compañero nuevo de trabajo y él me dijo “tiene cara de pelotudo, la verdad” y nos reímos y después me preguntó también quién era la trola que tenía la mini y también me reí porque esa piba es una calientapavas, no me la banco. Y bueno, estuve laburando un rato y después tuvimos que ir a una reunión y yo sentía que el teléfono vibraba y un poco me angustié porque sabía que era él el que me escribía y no le podía contestar y por ahí va a pensar cualquier cosa, que no lo quise atender pero la verdad es que no podía. Cuando fue el horario de almuerzo, recién ahí pude contestar los veinte mensajes que me había dejado ¿no es hermoso? ¡Nunca estuve con alguien que se preocupara tanto por mí! Además es re atento y me compra las flores que me gustan y me llenó la pieza de ositos de peluche. Ya sé, es medio boludo a los veintipico pero igual ¿no es re dulce? Pará, te dejo porque me está llamando y no hablé en todo el día. Nos vemos. Besos.  

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El brazo se alza de a poco como ola que se dispersa en el aire y llega a una mano que también, ondulante, mira hacia el cielo y nadando, busca. Así, se inicia, lento, el movimiento.

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