Agarró el encendedor. Podría haber usado la cajita
de fósforos o el magiclick pero no. Agarró el encendedor y presionando la rueda
con el dedo pulgar hizo nacer primero la chispa y después la llama que prendió
la hornalla.
Le gustaba mirar el fuego unos segundos antes de
apoyarle encima lo que fuera. Disfrutaba contemplando sus azules, sus rojos,
sus naranjas y sus escondidos amarillos. Colores en movimiento, llameantes, calientes,
peligrosos, vivos. Sobre todo vivos.
Le reconfortaba saber (aunque no siempre lo pensara)
todo el trabajo humano que ese simple acto encerraba. Las pruebas, los errores
y los aciertos. Los aprendizajes. Una chispa y una llama habrían dado origen a
los primeros fuegos intencionados, después domesticados, manipulados, conscientes.
Fuegos de ronda, de unidad, protectores, iluminadores. Fuegos de separación, ahuyentadores,
defensores del peligro. Fuegos de posibilidad. Fuegos de cocción, de comida
alargada, futura, tragable. Fuegos de fiesta, de ceremonias, de bailes, de
músicas, de tambores. Fuegos de limpiezas, depuradores, liberadores. Fuegos pasionales,
internos, solitarios y compartidos. Fuegos de amor, de conquista, de romance, de
nacimientos. Fuegos de aleación, de creación infinita.
Le molestaba saber (aunque casi nunca lo pensara) todo
el dolor humano que esa llama cotidiana encerraba. Fuegos de hogueras como vanos
intentos de eliminación de lo individual, que siempre es colectivo. Fuegos de
tortura, de hierros calientes chamuscados en pieles como marcas posesivas, propietarias,
de sumisión. Fuego amenazante, disuasivo, de tragedia, de quemazón irreparable.
Fuegos de calderas, de hollín en los pulmones, de asfixiantes vapores. Fuegos
de enfermedad trocada por papeles que se hacen panes, techos, guisos, zapatos,
un nuevo día. Fuego irreverente, de pérdida. Fuego de destrucción, de
impotencia, de batalla ajena, de arma que dispara, de muerte.
El ruido de la pava anuncia el instante del final,
del tiempo preciso en que esta llama se extingue como fuego circunstancial, utilitario.
Sobrevive en cambio como elemento esencial, contradictorio, movilizador, como
cada uno de los fuegos que crepitan en la humanidad toda.
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