El agua corre. A raudales, en cascadas, en chorros,
en hilitos, de a gotitas. Generalmente, fluye. Se mueve. Y cuando no, se
estanca. Transforma lo vivo en cosa putrefacta. Y larga feo olor. Y su color se
debate entre los verdes que al morir se van haciendo marrones. Dicen que el
agua representa las emociones y también que en su movimiento siempre busca una
salida, llegar a algún otro lugar. Tal es su destino cuando, inquieta, busca ir
más allá. Arrancamos así el viaje por este último elemento, como parados en una
orilla que apenas nos moja las plantas de los pies y en la que nos preguntamos
hasta dónde seremos capaces de adentrarnos.
Somos, en gran parte, agua. Al decir de la ciencia,
nuestro cuerpo se compone mayormente por moléculas formadas por dos átomos de
hidrógeno y uno de oxígeno. Leo esta información y pienso que no es más que una
rareza que podríamos denominar contra-fáctica. Miro y veo: carne, piel, uñas, algo
de venas, pelos injustamente distribuidos. A veces, una sonrisa que deja ver
los dientes. Toco mis huesos. Pero… ¿agua? En la lengua algo encuentro aunque,
sin dudas, no representa la mayor parte de mi cuerpo. Como si fuera una
Sherlock Holmes, ceño fruncido y mano en pera, concluyo que esta es otra
evidencia de que las apariencias engañan o que más bien representan solo una
parte de lo que convenimos en llamar realidad. Sigo el razonamiento: al agua la
vemos en general cuando sale como desecho. Pero entonces ya es pis, lágrima,
saliva, aliento, transpiración. También cuando nos lastimamos y la sangre,
espontánea, chorrea o cuando es extraída por agujas que la conducen a jeringas
o a bolsas. Pero eso es sangre. Y si es sangre no es agua. O al menos eso
aprendí: las cosas son lo que son. Entonces…
dudo.
Los océanos ocupan la mayor parte de este planeta.
El agua cambia de forma y de estados circulando por la Tierra. Con ayuda, se
recicla. Su primer ayudante – dicen - es el sol. El calor evapora el agua de
los océanos. Las corrientes de aire le sirven de ascensor elevando esos vapores
los que, en contacto con las bajas temperaturas, terminan el proceso de
condensación que da origen a las nubes. El conflicto mueve. Las nubes que
chocan entre sí producen nuevas mutaciones: lluvia, nieve, glaciares, hielos de
montaña. Entonces, parece que las cosas
que eran una cosa, pueden llegar a ser otras cosas. ¿O no? Cambiar de
estados. Me quedo pensando…
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La confusión, del álbum Silencios. Ph: Leonardo Majluf. |
Sin agua, la vida no es posible. No sólo la humana. Nos acordamos de eso cada vez que nos olvidamos
reiteradamente de regar una planta. Cada vez que una tierra fértil se
transforma en campo yermo. Me lo recuerda (también) la media longaniza
calabresa que acabo de comer. Estas alertas nos hacen saber que debemos consumir
agua para que el cuerpo funcione.
Esa necesidad (la del consumo del agua, no la de la
longaniza, claro está) llevó a las poblaciones humanas a asentarse, en un
principio, cerca de cursos de agua dulce. Y al quedarse en un lugar pronto se
enfrentaron con un nuevo problema: las inundaciones. El agua en exceso, destruía
y pudría las cosechas poniendo en riesgo la supervivencia. Acá me distraigo por
un momento y pienso que a lo mejor será por eso que decimos que nos tapa el
agua cuando una situación nos desborda y se vuelve incontrolable. Sigo. Las
soluciones a este problema vinieron de la mano de una observación sistemática y
de una organización cada vez más colectiva y centralizada del trabajo social.
Así nacieron los primeros Estados, para dirigir el proceso creativo que hizo
posible la construcción de diques y canales. Los diques, verdaderas obras de
ingeniería hechas de tierra, de piedras, más tarde de hormigón, sirvieron para
contener y controlar esos cursos de agua. Los canales se ocuparon de conducirlos
y distribuirlos hacia los lugares a los que debía llegar. La natural anegación,
controlada productivamente, hizo crecer flores en desiertos. Más tarde,
descubrimos que la fuerza del agua podía ser fuente de energía e inventamos los
molinos y las represas para aprovecharla. Excesos. Necesidad de control.
Distribución. Energía reencauzada. Sigo pensando…
Mares. Océanos. Universos de agua
salada. Campos de exploración, de magia, de misterios, de cruces, de encuentros,
de colonización, de piratas bucaneros. Poseidón nos mira desde algún lugar con
cara de turro y, tridente en mano, advierte que si se enoja puede agitar las
aguas y provocar desastres. Sabemos que el mar es inmenso y peligroso. Que
necesitamos crear barcos cada vez más resistentes a sus tempestades y brújulas
para orientar el camino cuando estamos en medio de la nada. Las aguas agitadas
sacuden las estructuras y hacen más visible nuestra vulnerabilidad. Y eso,
siempre da miedo. Los “salvavidas” se hicieron para flotar en medio de ese
quilombo.
Aprender a nadar puede ser
trabajo de toda una vida. Para otros, una habilidad que no es interesante ni
necesario desarrollar. Las dicotomías entre el sentir y el pensar nos recuerdan
a cada rato que estamos partidos. Y se nos dice que quien se emociona es débil
y flojo y que la mente – bajo ciertos parámetros eficientistas – es la que debe
gobernar nuestros actos. No hay tiempo para dudar, ni para estar tristes, tampoco
para estar contentos cuando nuestras vidas están comandadas por la necesidad de
reproducirnos bajo determinadas condiciones. La desconexión emocional se
convierte entonces en una necesidad, un atributo productivo de estos tiempos.
Es que no tenemos tiempo para
preguntarnos cómo estamos ni cómo nos sentimos. Leo esta oración y me parece
casi un absurdo. ¿Sentir? ¿Qué es eso? Basta mirar las licencias laborales
mínimas establecidas en la Ley de Contrato de Trabajo para dar cuenta de esto.
Muerte de cónyuge, de hijos o padres: 3 días corridos. Un día de reposición si
el que muere es un hermano. Podés tomarte dos días por examen con un máximo de
10 días por año. Si sos varón, el nacimiento de un hijo te vale 2 días
corridos. Si te casás, tenés 10 días para festejarlo. Si tus hijos se enferman
o tienen un acto en la escuela tengo malas noticias: no figura.
Las luchas de los trabajadores
organizados lograron ampliar estos plazos y ganar derechos para conciliar la
vida laboral con la familiar en algunos ámbitos. Sin embargo más del 30% de los
trabajadores activos en Argentina no cuentan ni siquiera con estas pausas tan
básicas y mínimas. Días más, días menos es claro que esos tiempos no están
pensados con la medida del tiempo que pueda necesitar una persona para estar en
condiciones físicas, psíquicas y emocionales para volver al trabajo. Nada de
eso. Esta frase también es ridícula y altamente impracticable. ¿Qué es eso del
tiempo necesario? ¿Sabés los vagos que se aprovecharían de eso? ¿Existe una
condición ideal para volver al trabajo? Show must go on, babys. Curtirse o Muerte.
A secarse las lágrimas y a volver al trabajo que hace bien, te ayuda a despejar
la mente. ¡Es hora de
levantarse, querido! ¿Dormiste bien?
Las relaciones entre las personas
van por detrás de la relación entre las cosas. Nuestros vínculos se realizan a
partir del intercambio de mercancías y dicho
esto, las emociones se constituyen en un obstáculo para nuestra forma actual de
realizar la vida. Y cuando no, en otro negocio más, en una vía de escape,
utilizadas para la manipulación, para la venta o la distracción. Se las estudia
para un mejor y un mayor control. Contamos con tiempos pautados y con productos
especiales para activar nuestras emociones. Nos falta poner en la agenda: 18 a
19 hs. “reírme”. Hay una película (cuyo nombre no recuerdo) en la que un hombre
le pide al diablo ser el más sensible y emocional del mundo para poder así
conquistar a una mujer. En la escena siguiente se ve a un hombre de amabilidad
extrema, que llora desconsolado al mirar un atardecer. También escribe una
canción a los delfines. Me río. El actor es bueno y la escena es bastante
cómica. Pienso que el tipo es un boludo. Me incomoda su profundo amor al mundo.
¿Y que lo exprese? Puffffff. ¡Inconcebible! Le incomoda también a la mujer que
pretende ser conquistada que, en cuanto puede, huye raudamente de ese
empalagoso ser. Sigo pensando y me pregunto: ¿Cuántos días pasamos encerrados
en lugares sin ver el sol? ¿Cuántos amaneceres y atardeceres contemplamos? ¿Cuántas
veces no vemos nada de lo que nos rodea? Sospecho que algún sentido tiene que
el tipo me pareciera un boludo y que la escena me hiciera reír. Si no ¿Cómo hago
para volver a encerrarme mañana? ¿Cómo hago para salir ilesa al ver a un pibito
de 8 años que corre por la calle Lavalle con las patas descalzas y sucias y
llora y grita porque lo agarró la cana? ¿Cómo hago para mirar a la señora de 70
años que vestida de harapos, con olor a meo y un lamento reiterado extiende sus
manos pidiendo guita en la combinación de las líneas de subte A y C? Paro la
lista. No son excepciones. Son escenas de la vida cotidiana. Y hay muchas. Cada
quien encontrará en sus cabezas miles de imágenes más.
La desconexión emocional es una
necesidad, un escudo, una protección para lograr sobrevivir. El tema es que
cuando negamos las emociones, buscan salir por algún lugar. Como el agua. A
veces nos hacen saltar la térmica y se expresan bajo la forma de enfermedades:
cansancio (existe algo llamado “síndrome de fatiga crónica”), depresión, ansiedad,
contracturas, estrés, pánicos, fobias, alergias, bruxismo, asma, insomnio, acidez,
tumores, pólipos, miomas, pérdida de pelo, problemas cardíacos, problemas
digestivos, problemas intestinales, síndrome de la “cabeza quemada” (se le dice
burnout) y una gran cantidad de etc. Bueno, podrían decirme, pero esas
enfermedades tienen múltiples causas: genéticas, ambientales, culturales,
conductuales, etc. y bla, bla. Y es cierto. Las tienen. Concedo ese punto. Entonces
vuelvo a revisar la lista y emulando un intercambio de figuritas, a varias les
digo: “late” o (voy a inventarla) “latu”. Y no encuentro una causa unívoca
capaz de explicar por qué a algunos les agarra una cosa y no la otra. El mundo
es uno. Nadie está ni vive aislado. Esta afirmación parece una obviedad pero no
lo es. Los síntomas son tratados individualmente. Y no podría ser de otro modo ya
que se expresan en lo individual. Ni médicos, ni curanderos, ni psicólogos, ni terapias
alternativas pueden resolver por sí mismas el origen de todos estos problemas aunque
una persona pueda, efectivamente, curarse.
Sentir nos hace humanos y las
emociones son algo así como el recordatorio de nuestra humanidad, las que nos distinguen
de ser cuerpos inertes, que se reproducen. Y como toda capacidad tiene una potencialidad
que podríamos desarrollar. Tal vez, desarrollándola, podríamos inventar las
máquinas o los robots que hagan los trabajos que rompen nuestros cuerpos (o los
de otros), que queman nuestras cabezas (y las de otros) y que nos vuelven seres
necesariamente desafectados. Tal vez logremos organizar el trabajo de un modo
en el que la finalidad consista en vivir mejor y donde vivir mejor no implique
renunciar a nosotros mismos. Estamos enajenados. El trabajo se realiza de manera
privada e independiente y los bienes se producen sin saber si estos podrán ser
vendidos o útiles para alguien. Crecemos sin saber si nuestra formación o
conocimientos serán útiles socialmente, si podremos vender nuestra fuerza de
trabajo. Y esas preocupaciones a menudo nos dejan sin poder dormir. La libertad
nos muestra de manera permanente sus límites y sus determinaciones. Trabajamos
para vivir.
Me pregunto entonces si las
emociones pueden ser revolucionarias o si la necesidad de expresarlas toma la
forma de una resistencia. Pienso que toda ficción expresa algo de realidad. Y que
toda realidad inspira las ficciones que creamos. La serie Sense8 nos muestra un
mundo en el que la evolución viene de la mano de desarrollar la capacidad para
conectar nuestras emociones y que solo entregándonos a esa empatía, seremos
capaces de crear una conciencia y una acción verdaderamente colectivas, capaces
de potenciar los conocimientos o habilidades que portamos individualmente. No
es una respuesta. Es una serie. Y en la serie hay malos para vencer. Igual me
hace pensar. Siempre supe que la respuesta no puede ser otra cosa que
colectiva.
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Villa La Ñata, del álbum Buenos Aires. Ph: Leonardo Majluf. |
El conocimiento es la forma en la
que organizamos nuestra acción. Siempre lo fue. Desde el primer momento en que
alguien pensó y proyectó algo en su mente y lo hizo realidad. Y después se
enfrentó con algo nuevo y volvió a crear. La imaginación es, también, humana. Y
también fue cambiando al mundo. Todo conocimiento implica aprendizajes. Aprendamos
a conocernos más. Aprendamos a preguntarnos. Defendamos la posibilidad de llorar
nuestros dolores, de enojarnos frente a aquello que nos lastima, de abrazar a
quienes amamos, de reír de felicidad. Defendamos la posibilidad de ser humanos,
de aprender a nadar en nuestras aguas, de poder hacer uso del aire para volar y
expandir los límites, de usar el fuego para calentarnos y movilizarnos, de
pisar la tierra tan nuestra.