jueves, 19 de junio de 2014

Causas y azares

Los mundiales ayudan a ver la posta: te gusta o no te gusta el fútbol.

Entre quienes esperamos con ansiedad letal el momento del partido se encuentran los fanáticos que miran cualquier partido de fútbol que pase por sus ojos, los que aman a su equipo y no pueden dejar de verlo ni de llevar sus colores a donde vayan y los que nos arrimamos a él en circunstancias especiales porque en algún rincón nuestro el fútbol significa algo y no podemos separarlo de nuestra historia y, por ende, de lo que somos.

Tendría 4 o 5 años cuando el abuelo Chiquito nos llevaba a la cancha a ver a Ferro. Recuerdo que antes de llegar pasábamos por la pizzería de Neuquén casi Rojas al lado de la que en aquel entonces era mi casa y comíamos de parados una maravillosa porción de pizza de cancha. Que nos divertía mirar el partido y estar rodeadas de viejos en la platea, que usaban boinas y escuchaban la transmisión de la radio y decían cosas que nos causaban mucha gracia. Lo lindo de la historia compartida es que te ayudan a llenar los huecos que la memoria escondía, como la del viejo que gritaba “Parodi, correte que están jugando” al pobre señor que, obviamente, no cazaba one.

En esa época y un poco más también recuerdo que era deseable el empate entre Ferro y River porque no se puede optar por lados de la familia y porque era mejor mantener la armonía y la alegría.

Recuerdo a mi abuelo Chiquito relatar la odisea del viaje a Montevideo a ver a Racing jugar la final del mundo con mi viejo y mis tíos y que desde entonces no se le quitó el odio por el trato recibido en el país hermano; a mi abuelo Armando y a mi viejo sufriendo porque River no salía campeón y a mi abuela Rosita diciendo que era de San Lorenzo aunque nunca le interesó un pomo escuchar los partidos.

Nací de River y no elegí otra cosa. En la familia, gana el hincha y pierde el cuadro del que poco le importa el fútbol. Entonces soy de River pero siempre fui un poco de Ferro hasta que a los 5 años me mudé a Floresta y recién a los 13 tuve conciencia de que había que ser un poco del Albo por eso de la defensa territorial y de los amigos hinchas. Lo que se dice, soy una verdadera veleta.

Cacareé como loca. Gallineta por opción, viví triunfos y también un descenso histórico a la B que a pesar de que fue un momento de darle poca bola al fútbol, me amargó enormemente. 

Ví al River campeón del 86 y al póster que mi hermano tuvo por años en nuestra habitación. Recuerdo la camiseta y los shortcitos negros cortos, el auspicio de Fate y su logo de neumático, ví jugar al genio y elegante Francescoli, al crack del Burrito Ortega, a la astucia del Payaso Aymar, al veloz e interesante Conejito Saviola, a un buen repartidor de juego como Redondo, a Mascherano robando pelotas en medio de la cancha, a las gamberolas del Mencho Medina Bello embocando una de cada veinte que tiraba - realmente - a la mierda. A Borelli y Gorosito no los recuerdo tanto jugando pero sí como técnicos y la admiración que sentía por ellos por buenos tipos y por gustarles el lindo fútbol. También recuerdo con cariño a Ubaldo Matildo Filliol, por querido y porque un verano en Mar del Plata jugué al fútbol en contra de la hija que era una capa del balón.

Los principios de los 90 fueron la época de frustración con una serie de superclásicos que nos tenían entre los perdedores y algunas apuestas perdidas con compañeros xeneizes con los que compartía cancha en el Club Estrada de Almagro, un 3 a 1 que se convirtió en 4 a 3 contra San Lorenzo en un torneo de verano que venía a golpear el alma y el humor en medio de un campamento. Primero el Bati y después Palermo y su mechón rubio la descocían y empezaba a sospechar que con tantas cosas para sufrir en el mundo, ésta iba a dejar de serlo.

Ver los domingos Fútbol de Primera y esperar a ver cómo habían salido los partidos y a las geniales compilaciones previas a la síntesis de los partidos que mostraban hinchas yendo a la cancha, eso era y es para mí el fútbol. Mis programas preferidos de entonces eran Simplemente Fútbol conducido por Quique Wolff y su pelota en mano y los compilados de Gonzalo Bonadeo, que compartían las genialidades del fútbol mundial. Y entre los de más acá Hablemos de Fútbol porque realmente se hacía eso, contra las miles de ofertas de gritos y chicanas estúpidas, faranduleras y tiramierda. Influida por la mirada de mi viejo sobre el fútbol y porque la belleza en sí misma enamora aprendí lo que era una rabona, una chilena, a apreciar caños y tacos y pisadas y a esperarlos como regla, a ver equipos que se entienden y juegan como tales. 




Obviamente admiré a Maradona y sus gambetas infinitas,  a la naranja mecánica, al juego de Pelé, a Zidane, a los lindos equipos y los jugadores que derrochan fantasías por la cancha, a las paredes que hacen nacer goles o casi goles pero que emocionan igual por lo que dicen del juego colectivo. Y soy de River pero no puedo dejar de querer y admirar la precisión de Riquelme  y al busca y busca genial de Carlitos Tévez.  

Mundialísticamente, imágenes registran a un bebé nacido meses antes del mundial del 78, rodeado de banderas y gorros; haber visto a Argentina campeón en el 86 sentada debajo de una mesa en la casa de Mir de la calle Formosa es un recuerdo inolvidable como la alegría y los abrazos que se repitieron en los 90 cuando no pudimos creer que le ganamos a Brasil después de que por magia la pelota no entrara en nuestro arco después de pegar varias veces en el palo o cuando Goyco se atajó los penales inolvidables, motivando la salida de Italia y nuestra entrada a la final que, perdimos, en un afano colosal y un mal arbitraje que recordaremos para siempre, la cortada de piernas del 94, un aliento con camiseta para el mundial del 98, una hinchada multitudinaria para el 2002 y unos olvidables 2006 y 2010 por la ilusión rota. Me gustó la Copa América conducida por el Coco y también disfruté de los juveniles de Pekerman y de una etapa de Bielsa.

El fútbol es mi hermano jugando con la pelota de media en mi casa mientras relataba sus propias jugadas, los relatos sobre el potrero y la amistad, mis abuelos, mi viejo, mis primas y primos, los cuentos de Fontanarrosa y de Galeano que me hacen reír y sonreír, el Racing que un poco sufrí también con sus partidos perdidos en el último minuto o su inexplicable mala leche de tiros en los palos haciendo real el dicho de que la pelota no entra, compartir la emoción, el abrazo y la decepción, los tablones de madera de la cancha de Ferro a la que volví a ver de adolescente en su decadencia futbolística por razones amorosas y propias, y convocada en más de un recital, la cancha de Lanús a la que íbamos a almorzar, las letras de una bandera que ayudé a hacer, muchas cosas que no entiendo ni entenderé, muchas cosas que disfruto y espero seguir disfrutando, la picada que en cada partido de la selección renace para encontrarnos en esa esperanza de querer que el equipo juegue lindo y se encuentre, otra vez. 


lunes, 9 de junio de 2014

Salto

                                                  Rayo
                                            que parte
                                           te parte
                                       las certezas
                                       que caen
                                    desplumadas
                              desnudas de verdades
                                 y mueren a tus pies, que andan y andan
                                                                  hasta el puente
                                                               que es camino
                                                           invitando a explorar
                                                             a saltar
                                                     a mirar el otro lado
                                                de las cosas.





sábado, 7 de junio de 2014

Absolutos

Mi mamá solía hacerme notar con cuánta frecuencia utilizaba la palabra “Odio” para iniciar mis oraciones en la etapa de la adolescencia. Y en esa etapa, el apasionamiento es lo que rige en casi todos los ámbitos de nuestra vida.

¿Dejé de odiar o simplemente dejé de decirlo? ¿Sigo odiando o el tiempo me llevó a atenuar el odio al transformarlo en otras cosas? 

Sin amor no hay odio. Complementarios, ambos movilizan y apasionan y ambos tienen diferentes gradualidades, niveles, sujetos y objetos a los que dedicamos nuestro sentimiento.

Entonces, hago listas, repaso en mi cabeza que hay de cada lado y escribo.

Odio
La represión en todas sus formas.
La injusticia, siempre.
El egoísmo, sobre todo cuando es ejercido contra otros.
La desconexión.
La mentira.
La traición.
El capitalismo.
La desesperación.
El calor extremo.
El subte lleno.
El cilantro.
El picante que sale por la nariz.
Las canciones que denigran.
Cuando no me sale algo y me siento inútil.
Cuando lo que hago es inútil.
Cuando no creo en mí.
Cuando no puedo parar de juzgarme.
Cuando el odio me toma y me hace ver todo mal.
Cuando camino por la calle y no miro.
Enojarme, por no poder hacer otra cosa.
Olvidar algo importante.
Quedarme dormida.
El odio inútil.
Saber quién es Wanda Nara y otras personas que poco importan.


Amo
Las hojas de otoño, más si tienen muchos colores.
El olor del jazmín del país cuando me sorprende caminando por la calle.
El ruido del mar, sobre todo si hay poca gente en la playa.
El mar, cuando puedo contemplarlo.
El sol tibio.
El olor que queda después de la lluvia.
El olor de la comida en general y en particular cuando viene de mi casa.
Que la comida tenga muchos colores.
Cocinar para otros y que les guste.
Hacer y probar comidas nuevas.
Compartir la comida con personas que quiero.
El salame y el queso, el cantimpalo, los panes, las sopas, los guisos, la papa y cualquier cosa que se haga con ella, en especial la tortilla.
La cerveza, sobre todo si es verano, está muy fría, es compartida y se toma en la calle.
El mate.
Hacer regalos.
El color violeta.
Las historietas, sobre todo las que mi viejo me enseñó.
El vino tinto a temperatura ambiente especialmente si lo acompaña una charla.
La música, más si encuentro la que acompaña el momento.
Las canciones que me hacen sonreír al escucharlas.
Las  letras de las canciones cuando me hacen sentir acompañada.
Las canciones que están dentro de mi vida porque me hacen recordar algo.
Bailar, sobre todo con mis amigas.
Los libros, cuando me hacen imaginar y pensar y no quiero que terminen.
Las películas que me hacen emocionar.
Los cuadros, cuando abren miradas distintas del mundo.
Los bares viejos, siempre que no tengan dorado.
La amistad, en especial las que construí en mi vida.
La soledad, si está en su justa medida.
La compañía, cuando es real.
Las miradas.
Las luchas que se ganan, las que se siguen, las que inquietan y movilizan.
Todo lo que me conmueve, porque me muestra que estoy viva.
Gritar un gol con el alma.
Cuando algo me sale bien.
Reírme a carcajadas y que me duela la panza.
Cuando mis sobrinos se ríen y juegan, cuando salen corriendo a saludarme.
La alegría.
Soñar despierta.
Imaginar.
Escribir.
Enseñar.
Aprender.
Descubrir que esta lista es mucho más larga que la otra.
Abrazar, besar, amar.
A muchas personas
Por lo que son
Por lo que admiro de ellas
Por tenerlas en mi vida
Por lo que entregan
Por lo que de mí reflejan, sea malo o bueno.
A mi familia, la de cerca y la de lejos, la biológica y la elegida.
A mis abuelos, por haber podido jugar con ellos.
A mis amigas, por encontrarnos en la vida y elegirnos.
Vivir, para poder seguir haciendo esta lista.