martes, 29 de noviembre de 2016

Agua

El agua corre. A raudales, en cascadas, en chorros, en hilitos, de a gotitas. Generalmente, fluye. Se mueve. Y cuando no, se estanca. Transforma lo vivo en cosa putrefacta. Y larga feo olor. Y su color se debate entre los verdes que al morir se van haciendo marrones. Dicen que el agua representa las emociones y también que en su movimiento siempre busca una salida, llegar a algún otro lugar. Tal es su destino cuando, inquieta, busca ir más allá. Arrancamos así el viaje por este último elemento, como parados en una orilla que apenas nos moja las plantas de los pies y en la que nos preguntamos hasta dónde seremos capaces de adentrarnos.

Somos, en gran parte, agua. Al decir de la ciencia, nuestro cuerpo se compone mayormente por moléculas formadas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Leo esta información y pienso que no es más que una rareza que podríamos denominar contra-fáctica. Miro y veo: carne, piel, uñas, algo de venas, pelos injustamente distribuidos. A veces, una sonrisa que deja ver los dientes. Toco mis huesos. Pero… ¿agua? En la lengua algo encuentro aunque, sin dudas, no representa la mayor parte de mi cuerpo. Como si fuera una Sherlock Holmes, ceño fruncido y mano en pera, concluyo que esta es otra evidencia de que las apariencias engañan o que más bien representan solo una parte de lo que convenimos en llamar realidad. Sigo el razonamiento: al agua la vemos en general cuando sale como desecho. Pero entonces ya es pis, lágrima, saliva, aliento, transpiración. También cuando nos lastimamos y la sangre, espontánea, chorrea o cuando es extraída por agujas que la conducen a jeringas o a bolsas. Pero eso es sangre. Y si es sangre no es agua. O al menos eso aprendí: las cosas son lo que son. Entonces… dudo.

Los océanos ocupan la mayor parte de este planeta. El agua cambia de forma y de estados circulando por la Tierra. Con ayuda, se recicla. Su primer ayudante – dicen - es el sol. El calor evapora el agua de los océanos. Las corrientes de aire le sirven de ascensor elevando esos vapores los que, en contacto con las bajas temperaturas, terminan el proceso de condensación que da origen a las nubes. El conflicto mueve. Las nubes que chocan entre sí producen nuevas mutaciones: lluvia, nieve, glaciares, hielos de montaña. Entonces, parece que las cosas que eran una cosa, pueden llegar a ser otras cosas. ¿O no? Cambiar de estados. Me quedo pensando…

La confusión, del álbum Silencios.
Ph: Leonardo Majluf.

Sin agua, la vida no es posible. No sólo la humana. Nos acordamos de eso cada vez que nos olvidamos reiteradamente de regar una planta. Cada vez que una tierra fértil se transforma en campo yermo. Me lo recuerda (también) la media longaniza calabresa que acabo de comer. Estas alertas nos hacen saber que debemos consumir agua para que el cuerpo funcione.

Esa necesidad (la del consumo del agua, no la de la longaniza, claro está) llevó a las poblaciones humanas a asentarse, en un principio, cerca de cursos de agua dulce. Y al quedarse en un lugar pronto se enfrentaron con un nuevo problema: las inundaciones. El agua en exceso, destruía y pudría las cosechas poniendo en riesgo la supervivencia. Acá me distraigo por un momento y pienso que a lo mejor será por eso que decimos que nos tapa el agua cuando una situación nos desborda y se vuelve incontrolable. Sigo. Las soluciones a este problema vinieron de la mano de una observación sistemática y de una organización cada vez más colectiva y centralizada del trabajo social. Así nacieron los primeros Estados, para dirigir el proceso creativo que hizo posible la construcción de diques y canales. Los diques, verdaderas obras de ingeniería hechas de tierra, de piedras, más tarde de hormigón, sirvieron para contener y controlar esos cursos de agua. Los canales se ocuparon de conducirlos y distribuirlos hacia los lugares a los que debía llegar. La natural anegación, controlada productivamente, hizo crecer flores en desiertos. Más tarde, descubrimos que la fuerza del agua podía ser fuente de energía e inventamos los molinos y las represas para aprovecharla. Excesos. Necesidad de control. Distribución. Energía reencauzada. Sigo pensando…

Mares. Océanos. Universos de agua salada. Campos de exploración, de magia, de misterios, de cruces, de encuentros, de colonización, de piratas bucaneros. Poseidón nos mira desde algún lugar con cara de turro y, tridente en mano, advierte que si se enoja puede agitar las aguas y provocar desastres. Sabemos que el mar es inmenso y peligroso. Que necesitamos crear barcos cada vez más resistentes a sus tempestades y brújulas para orientar el camino cuando estamos en medio de la nada. Las aguas agitadas sacuden las estructuras y hacen más visible nuestra vulnerabilidad. Y eso, siempre da miedo. Los “salvavidas” se hicieron para flotar en medio de ese quilombo.

Aprender a nadar puede ser trabajo de toda una vida. Para otros, una habilidad que no es interesante ni necesario desarrollar. Las dicotomías entre el sentir y el pensar nos recuerdan a cada rato que estamos partidos. Y se nos dice que quien se emociona es débil y flojo y que la mente – bajo ciertos parámetros eficientistas – es la que debe gobernar nuestros actos. No hay tiempo para dudar, ni para estar tristes, tampoco para estar contentos cuando nuestras vidas están comandadas por la necesidad de reproducirnos bajo determinadas condiciones. La desconexión emocional se convierte entonces en una necesidad, un atributo productivo de estos tiempos.

Es que no tenemos tiempo para preguntarnos cómo estamos ni cómo nos sentimos. Leo esta oración y me parece casi un absurdo. ¿Sentir? ¿Qué es eso? Basta mirar las licencias laborales mínimas establecidas en la Ley de Contrato de Trabajo para dar cuenta de esto. Muerte de cónyuge, de hijos o padres: 3 días corridos. Un día de reposición si el que muere es un hermano. Podés tomarte dos días por examen con un máximo de 10 días por año. Si sos varón, el nacimiento de un hijo te vale 2 días corridos. Si te casás, tenés 10 días para festejarlo. Si tus hijos se enferman o tienen un acto en la escuela tengo malas noticias: no figura.

Las luchas de los trabajadores organizados lograron ampliar estos plazos y ganar derechos para conciliar la vida laboral con la familiar en algunos ámbitos. Sin embargo más del 30% de los trabajadores activos en Argentina no cuentan ni siquiera con estas pausas tan básicas y mínimas. Días más, días menos es claro que esos tiempos no están pensados con la medida del tiempo que pueda necesitar una persona para estar en condiciones físicas, psíquicas y emocionales para volver al trabajo. Nada de eso. Esta frase también es ridícula y altamente impracticable. ¿Qué es eso del tiempo necesario? ¿Sabés los vagos que se aprovecharían de eso? ¿Existe una condición ideal para volver al trabajo? Show must go on, babys. Curtirse o Muerte. A secarse las lágrimas y a volver al trabajo que hace bien, te ayuda a despejar la mente. ¡Es hora de levantarse, querido! ¿Dormiste bien?     

Las relaciones entre las personas van por detrás de la relación entre las cosas. Nuestros vínculos se realizan a partir del intercambio de mercancías  y dicho esto, las emociones se constituyen en un obstáculo para nuestra forma actual de realizar la vida. Y cuando no, en otro negocio más, en una vía de escape, utilizadas para la manipulación, para la venta o la distracción. Se las estudia para un mejor y un mayor control. Contamos con tiempos pautados y con productos especiales para activar nuestras emociones. Nos falta poner en la agenda: 18 a 19 hs. “reírme”. Hay una película (cuyo nombre no recuerdo) en la que un hombre le pide al diablo ser el más sensible y emocional del mundo para poder así conquistar a una mujer. En la escena siguiente se ve a un hombre de amabilidad extrema, que llora desconsolado al mirar un atardecer. También escribe una canción a los delfines. Me río. El actor es bueno y la escena es bastante cómica. Pienso que el tipo es un boludo. Me incomoda su profundo amor al mundo. ¿Y que lo exprese? Puffffff. ¡Inconcebible! Le incomoda también a la mujer que pretende ser conquistada que, en cuanto puede, huye raudamente de ese empalagoso ser. Sigo pensando y me pregunto: ¿Cuántos días pasamos encerrados en lugares sin ver el sol? ¿Cuántos amaneceres y atardeceres contemplamos? ¿Cuántas veces no vemos nada de lo que nos rodea? Sospecho que algún sentido tiene que el tipo me pareciera un boludo y que la escena me hiciera reír. Si no ¿Cómo hago para volver a encerrarme mañana? ¿Cómo hago para salir ilesa al ver a un pibito de 8 años que corre por la calle Lavalle con las patas descalzas y sucias y llora y grita porque lo agarró la cana? ¿Cómo hago para mirar a la señora de 70 años que vestida de harapos, con olor a meo y un lamento reiterado extiende sus manos pidiendo guita en la combinación de las líneas de subte A y C? Paro la lista. No son excepciones. Son escenas de la vida cotidiana. Y hay muchas. Cada quien encontrará en sus cabezas miles de imágenes más.
    
La desconexión emocional es una necesidad, un escudo, una protección para lograr sobrevivir. El tema es que cuando negamos las emociones, buscan salir por algún lugar. Como el agua. A veces nos hacen saltar la térmica y se expresan bajo la forma de enfermedades: cansancio (existe algo llamado “síndrome de fatiga crónica”), depresión, ansiedad, contracturas, estrés, pánicos, fobias, alergias, bruxismo, asma, insomnio, acidez, tumores, pólipos, miomas, pérdida de pelo, problemas cardíacos, problemas digestivos, problemas intestinales, síndrome de la “cabeza quemada” (se le dice burnout) y una gran cantidad de etc. Bueno, podrían decirme, pero esas enfermedades tienen múltiples causas: genéticas, ambientales, culturales, conductuales, etc. y bla, bla. Y es cierto. Las tienen. Concedo ese punto. Entonces vuelvo a revisar la lista y emulando un intercambio de figuritas, a varias les digo: “late” o (voy a inventarla) “latu”. Y no encuentro una causa unívoca capaz de explicar por qué a algunos les agarra una cosa y no la otra. El mundo es uno. Nadie está ni vive aislado. Esta afirmación parece una obviedad pero no lo es. Los síntomas son tratados individualmente. Y no podría ser de otro modo ya que se expresan en lo individual. Ni médicos, ni curanderos, ni psicólogos, ni terapias alternativas pueden resolver por sí mismas el origen de todos estos problemas aunque una persona pueda, efectivamente, curarse.

Sentir nos hace humanos y las emociones son algo así como el recordatorio de nuestra humanidad, las que nos distinguen de ser cuerpos inertes, que se reproducen. Y como toda capacidad tiene una potencialidad que podríamos desarrollar. Tal vez, desarrollándola, podríamos inventar las máquinas o los robots que hagan los trabajos que rompen nuestros cuerpos (o los de otros), que queman nuestras cabezas (y las de otros) y que nos vuelven seres necesariamente desafectados. Tal vez logremos organizar el trabajo de un modo en el que la finalidad consista en vivir mejor y donde vivir mejor no implique renunciar a nosotros mismos. Estamos enajenados. El trabajo se realiza de manera privada e independiente y los bienes se producen sin saber si estos podrán ser vendidos o útiles para alguien. Crecemos sin saber si nuestra formación o conocimientos serán útiles socialmente, si podremos vender nuestra fuerza de trabajo. Y esas preocupaciones a menudo nos dejan sin poder dormir. La libertad nos muestra de manera permanente sus límites y sus determinaciones. Trabajamos para vivir. 
   
Me pregunto entonces si las emociones pueden ser revolucionarias o si la necesidad de expresarlas toma la forma de una resistencia. Pienso que toda ficción expresa algo de realidad. Y que toda realidad inspira las ficciones que creamos. La serie Sense8 nos muestra un mundo en el que la evolución viene de la mano de desarrollar la capacidad para conectar nuestras emociones y que solo entregándonos a esa empatía, seremos capaces de crear una conciencia y una acción verdaderamente colectivas, capaces de potenciar los conocimientos o habilidades que portamos individualmente. No es una respuesta. Es una serie. Y en la serie hay malos para vencer. Igual me hace pensar. Siempre supe que la respuesta no puede ser otra cosa que colectiva.

Villa La Ñata, del álbum Buenos Aires.
Ph: Leonardo Majluf.

El conocimiento es la forma en la que organizamos nuestra acción. Siempre lo fue. Desde el primer momento en que alguien pensó y proyectó algo en su mente y lo hizo realidad. Y después se enfrentó con algo nuevo y volvió a crear. La imaginación es, también, humana. Y también fue cambiando al mundo. Todo conocimiento implica aprendizajes. Aprendamos a conocernos más. Aprendamos a preguntarnos. Defendamos la posibilidad de llorar nuestros dolores, de enojarnos frente a aquello que nos lastima, de abrazar a quienes amamos, de reír de felicidad. Defendamos la posibilidad de ser humanos, de aprender a nadar en nuestras aguas, de poder hacer uso del aire para volar y expandir los límites, de usar el fuego para calentarnos y movilizarnos, de pisar la tierra tan nuestra.