viernes, 10 de abril de 2015

Mi viejo

Hay muchas formas de viajar. Y ya sabemos que todos somos pasajeros en este show en el que permanecemos un tiempo tratando de que nuestra vida signifique algo, al menos, para nosotros mismos.
  
Entonces hoy quiero viajar por una parte de mi vida que incluye a mi papá y así escribirle porque todavía está vivo y porque somos muchos los que estamos esperando que despierte para poder tomarnos una birra o un fernet con él, para que nos haga un chiste bueno o uno malo (con el que igual nos vamos a reír) y porque tenemos muchas razones para quererlo, así como es.

Y quiero escribir esto y compartirlo y no solo quedármelo para mí porque esta es mi forma de decir y de compartir lo que hoy pasa por mi cabeza, por mi cuerpo y por mi corazón con quienes están ahí, pendientes, acompañando con mensajes, con abrazos, con besos y con tequieros este difícil presente.

Que la escritura y la lectura formen una parte importante de mi vida no es una casualidad. Papá nos leía a Euge y a mí desde chicos cuando nos íbamos a dormir. Recuerdo con mucha nitidez cuando nos leía de a partes El Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda en capítulos, como regla, como espacio compartido. Y nos dormiríamos entonces, tal vez, soñando con caballeros y armaduras. Ese era su regalo y su forma de enseñarnos a transitar el mundo con la imaginación.

Y a mí siempre me gustó leer e imaginar esos otros mundos y personas y personajes en los que uno podía encontrarse y también diferenciarse. Había entonces en casa una biblioteca desplegada, ofreciéndose ahí al alcance de la mano. Y tomé mucho de lo que había en ella y en mi vida fui construyendo mis bibliotecas con esos objetos tan preciados.

Mi viejo me acercó al amor por la ciencia ficción, a la novela negra y a las historietas. Y eso influyó en mí de muchas formas, que solo ahora, reconozco más plenamente. Esas historias me mostraban una visión crítica sobre el mundo, un mundo lleno de injusticias y de miserias, un mundo de seres imperfectos a los que todo le salía mal y que distaban mucho de los cuentos de hadas que ofrecían historias de niñas ingenuas que estaban a la espera de su príncipe azul.  Mostraban esa parte del mundo que a menudo se oculta aunque sea evidente.

Recuerdo esperar con ansiedad que trajera las revistas Fierro y le agradezco que desde chica me dejara verlas y las compartiera conmigo porque me fascinaban, porque tenían historias de todos los tenores, porque tenían dibujos que me dejaban perpleja, porque empecé a elegir de a poco con qué historias quedarme y con cuáles no. Porque esas historias mostraban cuerpos desnudos y escenas de sexo que todavía no entendía pero que me ayudaron a vivirlas cuando fue mi momento. Porque mi historia preferida era en ese entonces Polenta con Pajaritos, porque tenía chicos que podían ser de mi edad, y que podías encontrarlos en la realidad porque vivían en la calle y tenían una vida dura y marginal. Porque durante muchos años soñé perderme en las calles circulares de Parque Chas como sus personajes. Porque esa revista empezaba a ser una de las muchas complicidades que fuimos construyendo con mi viejo a lo largo de la vida.

Ahora escucho blues porque el blues es su música y también parte de la mía, porque de grande se animó a tocar la armónica y la percusión y más tarde a cantar, a encontrar ahí parte del mundo que quería, que le gustaba, que le hacía bien y a partir del cual fue armando y tejiendo muchas y firmes amistades y quereres. Porque en la música encontró un espacio en el cual disfrutar, divertirse y expresarse, encontró amigos más jóvenes que él que le enseñaron y lo alentaron a explorar esa parte suya que muchos años antes él no sabía que tenía aunque ahí estaba. Tengo recuerdo de verlo disfrutando de la música, de que usara sus manos para acompañar el ritmo de una canción chocándolas contra sus piernas.  Esas manos, sus manos de dedos grandes, manos firmes, manos usadas, manos de carpintero, de artesano. Esas manos que hoy miro y en las que un poco me reconozco cuando veo su dedo pulgar.

Y siempre le importó que yo estuviera ahí y saber qué me parecía lo que tocaba, lo que hacía y lo que escribía. Y puedo decir que sé que mi palabra y mi “aprobación” le interesan y que siento esa responsabilidad y ese compromiso al devolverle algo.

Mi viejo es la única persona en el mundo que puede decirme pollo o pollito a los 37 años. Y lo dejo. Se lo permito porque es mi papá y porque sé que usa esa palabra cuando quiere decirme que está orgulloso de mí.

Mi papá es un hombre que llora, que se sensibiliza ante la injusticia y ante las cosas lindas que también tiene la vida. Lo vi llorar muchas veces y otras tantas lloramos juntos pero seguro son más las veces que nos reímos o compartimos un vino, una cerveza, un libro, una película, miles, muchas charlas y también muchos y a veces prolongados silencios.

Mi viejo me invitó a transitar sus mundos con él desde que yo era chica. Y a mí me gustaba acompañarlo. Con sus programas de radio, con la Revista El Túnel, con su estar en la CTA, con su paso por El Culebrón, con sus bandas de música, con sus cuentos, con sus dibujos, con su poesía me enseñó que había algo para decir, que era necesario decir, que había lugares desde los cuales se podía intervenir en el mundo desde algún lugar.
   
Mi papá es también con quien comparto la alegría de un guiso grasiento y el placer de pasar el pan por el plato hasta dejarlo limpio, con quien comparto recetas que casi siempre incluyen panceta, chorizo colorado, papas, queso roquefort o picantes. Comparto el amor por el jamón crudo que para él es mejor solo y para mí es mejor si es con queso.

Mi papá es muy importante para mí. Es una persona querible y querida, que teje lazos y deja huellas en muchas personas. Mi papá es una persona capaz de abrazar al otro cuando se lo encuentra y en ese momento, estoy segura, muchos de los que lo recibimos nos sentimos queridos, a pesar de sus refugios, de su independencia, de sus períodos de ausencia. Porque sabemos que él es así, que va y que viene, que si lo llamamos y le decimos que lo necesitamos ahí va a estar. Porque a él le cuesta pedir y le cuesta acercarse primero, porque piensa que es mejor dar cuando se lo piden que pedir él, porque no entiende que pedir a veces es también dar.

En parte así te veo, viejo, cuando te veo hoy, este día, estos días en los que somos muchos los que te acompañamos y te esperamos porque te queremos y porque si en algún lugar existiera la posibilidad de elegir, queremos que te quedes de este lado, con nosotros, lejos de la parka.