Hay muchas formas de viajar. Y ya
sabemos que todos somos pasajeros en este show en el que permanecemos un tiempo
tratando de que nuestra vida signifique algo, al menos, para nosotros mismos.
Entonces hoy quiero viajar por una
parte de mi vida que incluye a mi papá y así escribirle porque todavía está
vivo y porque somos muchos los que estamos esperando que despierte para poder
tomarnos una birra o un fernet con él, para que nos haga un chiste bueno o uno
malo (con el que igual nos vamos a reír) y porque tenemos muchas razones para
quererlo, así como es.
Y quiero escribir esto y
compartirlo y no solo quedármelo para mí porque esta es mi forma de decir y de
compartir lo que hoy pasa por mi cabeza, por mi cuerpo y por mi corazón con
quienes están ahí, pendientes, acompañando con mensajes, con abrazos, con besos
y con tequieros este difícil presente.
Que la escritura y la lectura
formen una parte importante de mi vida no es una casualidad. Papá nos leía a
Euge y a mí desde chicos cuando nos íbamos a dormir. Recuerdo con mucha nitidez
cuando nos leía de a partes El Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda
en capítulos, como regla, como espacio compartido. Y nos dormiríamos entonces,
tal vez, soñando con caballeros y armaduras. Ese era su regalo y su forma de
enseñarnos a transitar el mundo con la imaginación.
Y a mí siempre me gustó leer e
imaginar esos otros mundos y personas y personajes en los que uno podía
encontrarse y también diferenciarse. Había entonces en casa una biblioteca
desplegada, ofreciéndose ahí al alcance de la mano. Y tomé mucho de lo que
había en ella y en mi vida fui construyendo mis bibliotecas con esos objetos
tan preciados.
Mi viejo me acercó al amor por la
ciencia ficción, a la novela negra y a las historietas. Y eso influyó en mí de
muchas formas, que solo ahora, reconozco más plenamente. Esas historias me
mostraban una visión crítica sobre el mundo, un mundo lleno de injusticias y de
miserias, un mundo de seres imperfectos a los que todo le salía mal y que
distaban mucho de los cuentos de hadas que ofrecían historias de niñas ingenuas
que estaban a la espera de su príncipe azul. Mostraban esa parte del mundo que a menudo se
oculta aunque sea evidente.
Recuerdo esperar con ansiedad que
trajera las revistas Fierro y le agradezco que desde chica me dejara verlas y
las compartiera conmigo porque me fascinaban, porque tenían historias de todos
los tenores, porque tenían dibujos que me dejaban perpleja, porque empecé a
elegir de a poco con qué historias quedarme y con cuáles no. Porque esas
historias mostraban cuerpos desnudos y escenas de sexo que todavía no entendía
pero que me ayudaron a vivirlas cuando fue mi momento. Porque mi historia
preferida era en ese entonces Polenta con Pajaritos, porque tenía chicos que
podían ser de mi edad, y que podías encontrarlos en la realidad porque vivían
en la calle y tenían una vida dura y marginal. Porque durante muchos años soñé
perderme en las calles circulares de Parque Chas como sus personajes. Porque
esa revista empezaba a ser una de las muchas complicidades que fuimos
construyendo con mi viejo a lo largo de la vida.
Ahora escucho blues porque el blues
es su música y también parte de la mía, porque de grande se animó a tocar la
armónica y la percusión y más tarde a cantar, a encontrar ahí parte del mundo
que quería, que le gustaba, que le hacía bien y a partir del cual fue armando y
tejiendo muchas y firmes amistades y quereres. Porque en la música encontró un
espacio en el cual disfrutar, divertirse y expresarse, encontró amigos más
jóvenes que él que le enseñaron y lo alentaron a explorar esa parte suya que
muchos años antes él no sabía que tenía aunque ahí estaba. Tengo recuerdo de
verlo disfrutando de la música, de que usara sus manos para acompañar el ritmo
de una canción chocándolas contra sus piernas. Esas manos, sus manos de dedos grandes, manos
firmes, manos usadas, manos de carpintero, de artesano. Esas manos que hoy miro
y en las que un poco me reconozco cuando veo su dedo pulgar.
Y siempre le importó que yo
estuviera ahí y saber qué me parecía lo que tocaba, lo que hacía y lo que
escribía. Y puedo decir que sé que mi palabra y mi “aprobación” le interesan y que
siento esa responsabilidad y ese compromiso al devolverle algo.
Mi viejo es la única persona en
el mundo que puede decirme pollo o pollito a los 37 años. Y lo dejo. Se lo
permito porque es mi papá y porque sé que usa esa palabra cuando quiere decirme
que está orgulloso de mí.
Mi papá es un hombre que llora,
que se sensibiliza ante la injusticia y ante las cosas lindas que también tiene
la vida. Lo vi llorar muchas veces y otras tantas lloramos juntos pero seguro
son más las veces que nos reímos o compartimos un vino, una cerveza, un libro,
una película, miles, muchas charlas y también muchos y a veces prolongados
silencios.
Mi viejo me invitó a transitar
sus mundos con él desde que yo era chica. Y a mí me gustaba acompañarlo. Con
sus programas de radio, con la Revista El Túnel, con su estar en la CTA, con su
paso por El Culebrón, con sus bandas de música, con sus cuentos, con sus
dibujos, con su poesía me enseñó que había algo para decir, que era necesario
decir, que había lugares desde los cuales se podía intervenir en el mundo desde
algún lugar.
Mi papá es también con quien
comparto la alegría de un guiso grasiento y el placer de pasar el pan por el
plato hasta dejarlo limpio, con quien comparto recetas que casi siempre
incluyen panceta, chorizo colorado, papas, queso roquefort o picantes. Comparto
el amor por el jamón crudo que para él es mejor solo y para mí es mejor si es
con queso.
Mi papá es muy importante para
mí. Es una persona querible y querida, que teje lazos y deja huellas en muchas
personas. Mi papá es una persona capaz de abrazar al otro cuando se lo
encuentra y en ese momento, estoy segura, muchos de los que lo recibimos nos
sentimos queridos, a pesar de sus refugios, de su independencia, de sus períodos
de ausencia. Porque sabemos que él es así, que va y que viene, que si lo
llamamos y le decimos que lo necesitamos ahí va a estar. Porque a él le cuesta
pedir y le cuesta acercarse primero, porque piensa que es mejor dar cuando se
lo piden que pedir él, porque no entiende que pedir a veces es también dar.
En parte así te veo, viejo,
cuando te veo hoy, este día, estos días en los que somos muchos los que te acompañamos
y te esperamos porque te queremos y porque si en algún lugar existiera la posibilidad de elegir, queremos que te quedes de este lado, con nosotros, lejos de la parka.