martes, 27 de mayo de 2014

Como ventanas

Se abren…. 

Entra el viento y la luz que de a poco ilumina, escenas, que entran de a una y simultáneamente. 

I

Ahí estaba el hombre, todo abatatado por la macana que se mandó por querer hacerse el macanudo. Y la jodió. La jodió bien jodida cuando le dijo Zulma a la mujer del amigo que resulta que era la que iba después de Zulma y no recordaba su nombre. ¡Ta que lo parió!, se decía a sí mismo mientras se rascaba la cabeza con el dedo índice y la otra mano iba a la cintura para mantenerse erguido pensando cómo salir de esta. Y todo eso pasaba, mientras la que no se llamaba Zulma con risa incómoda por fuera y enojada por dentro miraba la pollera tableada y roja que el viento movía y que en ese momento parecía mucho menos linda que cuando la había probado esa tarde en su casa. El segundo hombre en cuestión, culpable por haber tenido un pasado amoroso y un amigo tan cachivache, trataba de tomar con su mano transpirada la mano de la postZulma que lo esquivaría, solo por el rato en que durara el mal trago de un pasado, pisado. 


II

Se está apagando el gas del horno, Rogelio, y no puedo hacer la torta para el cumpleaños del nene. ¿Y qué querés que haga? – respondió él, que en el fondo se sentía un poco inútil por no poder resolverlo. Ella se fue para el living y marcó el teléfono del gasista que, por suerte y GRACIAS A DIOS y a la falta de clientes más urgentes, le dijo que estaba cerca y pasaría en un rato. Ella trató de matar la ansiedad que la carcomía usando su tiempo en las otras millones de cosas que tenía que resolver: sacar la ropa, colgarla, llamar a la amiga para arreglar la salida del domingo con las chicas, terminar el vitel tone, regar las plantas, poner el repuesto del papel en el baño, armar la lista de lo que había que comprar para la cena del sábado, planchar la ropa que se iban a poner…

¡Riiiiiiiiiiiiiiingggggg! ¡Riiiiiiiiiiiiiiingggggg! ¡Riiiiiiiiiiiiiiingggggg!

Rogelio corre a la puerta a recibir al gasista que entra secándose la transpiración con la parte externa de la mano mientras saluda a todos y se intercambian preguntas sobre el bienestar de las familias. Abre la puerta del horno, mira, prende, se apaga, agarra una herramienta, prende de nuevo, se apaga, tiene el botón apretado un rato y nada, se apaga, hace un chasquido raro con la boca de esos que indican un desafío para el hombre de oficio. Rogelio y Nora se miran preocupados por distintas cosas y también miran al señor esperando que su saber más lo que lleva en la valija sean capaces de resolver el problema ya. La mano del gasista vuelve a frotar la frente, clic, prende, se apaga de nuevo, usa una tenaza y mueve algo, clic, prende, pup, se apaga, ahora clic dura un poco más, Rogelio y Nora se esperanzan pero no, pup, se vuelve a apagar y es entonces cuando la sentencia fue dicha sin remedio: es la termocupla y hay que cambiarla. 


III

Yo le dije a la Carmen que el tipo era un crápula pero no me hizo caso y ahora mirá como está la pobre, toda descompuesta por la bazofia esa que le compró. Es que en serio te digo parece como si el alma se le hubiera ido por los caños y ahora estuviera nadando andá a saber en qué parte del Río de la Plata. Pobrecita. Tan linda que era, como una venusafrodea a la que todos se daban vuelta para mirar y sin embargo, insistía e insistía en querer adelgazar. Es que llega un momento que se tu pudre la cabeza ¿viste?, que meta con las tetas paradas, la cara sin arrugas, la panza achatada, que al final con tanto service se le fueron hasta las ganas de reír. ¿Sabés lo que hacía? Se llevaba un tapercito escondido con una ración de – vamos a decirle comida – para picotear por ahí lo justo y necesario para mantenerse con vida. ¡Se cuidaba un montón! Se cuidaba de que el vestido le entre, de que la admiraran y la halagaran porque no parecía para nada la edad que tenía, de no odiarse cuando mirara su cuerpo en el espejo pero no, nunca era suficiente. Entonces apareció el mercachifle ese con la pastilla y durante un tiempo estuvo algo bien, como que le volvía la emoción al cuerpo aunque más que nada se aceleraba pero ella decía que estaba fantástica y con los días la energía se fue transformando en nervios y después en una cagadera interminable que la dejó encerrada. Y acá está, la pobrecita, apoliyando día y noche, levantándose de a poco para comer otro poco y seguir viva. A veces llora, la escucho que llora pero no sé si entrar a su habitación porque no quiero meterme donde no me mandan.     

Y son como ventanas las palabras, que abren mundos.